domingo, abril 01, 2007

Entrevista a Emil Cioran por Hans-Jurgen Heinrichs I parte




Magazine Littéraire No 373. Febrero 1999



Una leyenda tenaz dice que Cioran vivió al margen del mundo, sin relación con él. Si rechazaba las entrevistas en Francia, concedió sin embargo muchas, únicamente en el extranjero. Hace tres años, Gallimard publicó más de trescientas páginas de entrevistas del “gran ermitaño” con periodistas o escritores americanos, españoles o alemanes. Entonces, no es que Cioran rechazara hablar de su obra, sino que, por razones bastante contradictorias, reservaba esta eventualidad a publicaciones extranjeras. Casi cada mes, descubrimos así nuevas entrevistas.

Realizada en París en 1983, pero en alemán, por Hans-Jurgen Heinrichs, la entrevista de la cual presentamos estos extractos por temas, es sin duda una de aquellas en la que Cioran va más lejos en el análisis de su obra y de sus posiciones de fondo. Uno encontrará no solamente precisiones sobre su vínculo contradictorio con el francés y sus orígenes, sino también declaraciones sin ambigüedad sobre su rechazo a las etiquetas que han podido atribuirle. Contra el nihilismo y el pesimismo, de los cuales denuncia el carácter de “categorías escolares”, Cioran se afirma aquí antes que nada como el pensador por excelencia del antidogmatismo. Al leer esta larga entrevista la imagen que resulta del autor de los Silogismos de la amargura no es la de ese trovador de la nulidad y del suicidio que celebran a lo largo de clichés sus falsos admiradores y los diccionarios, sino la de un hombre que solamente ha procurado estar, tanto en su vida como en su obra, cada vez más cerca de sus sensaciones primarias, evolucionar lo más cerca de sí. Es decir: ante todo un escéptico, casi un pragmático, rechazando todas las ideas a priori, como lo indica cuando evoca, en términos duros pero justos, su rechazo final de una gran parte de la obra de Nietzsche, en provecho de un pensamiento inmediato de la vida, con sus contradicciones y, lógicamente, su placer de vivir: el autorretrato verídico de un hombre cuya única preocupación, idea fija, habrá sido intentar convertirse en un hombre libre. Nada más que eso, sino todo eso.

París. “Cuando llegué a París, de inmediato comprendí que el interés de esta ciudad, era la posibilidad que ella me ofrecía de vivir al lado de gente propiamente ociosa. Yo mismo soy un ejemplo de ocioso: nunca trabajé en mi vida, nunca tuve un oficio, salvo una vez, durante un año en Rumania, cuando enseñé Filosofía en Brasov. Fue insoportable. Y esa fue igualmente la razón por la cual vine a París. En su propio país, uno debe hacer algo, pero no necesariamente cuando uno vive en el extranjero. Yo he tenido la dicha de vivir más de cuarenta años de mi vida en la ociosidad y – ¿cómo le digo? – sin Estado. Lo que hay de interesante en París es, yo creo, que uno puede, que uno debe vivir como un extranjero radical, de modo que uno no pertenece a una nación, sino solamente a una ciudad. Yo me siento en cierta manera parisino, pero no francés – sobre todo no francés.

(...) Hay dos libros que, para mí, representan, expresan a París. De entrada ese libro de Rilke, Los Cuadernos de Malte Laurids Brigge, y luego el primer libro de Henry Miller, Trópico de Cáncer, que muestra otro París diferente al de Rilke, inclusive contrario, el París de los burdeles, de las prostitutas y de los proxenetas, el París del fango. Y es también ese París que yo conocí: (...) el París de los hombres solos y de las prostitutas.

A decir verdad, ya había vivido la misma cosa en Rumania: la vida del burdel era muy intensa en los Balcanes. Y era también el caso de París, al menos antes de la guerra (...). Cuando llegué aquí, había tenido largas conversaciones con muchas de esas damas. Al principio de la guerra, yo vivía en un hotel no muy lejos del bulevar Saint-Michel y trabé amistad con una prostituta, una vieja dama de cabellos blancos. Llegamos a ser muy buenos amigos; quiero decir: ella era demasiado vieja para mí. Pero era una increíble comediante, con un talento para la tragedia. Yo me la encontraba casi cada noche hacia las dos o tres de la mañana, pues yo regresaba siempre muy tarde a mi hotel. Eso fue al principio de la guerra, en 1940 – o mejor dicho, fue antes de la guerra, ya que durante la guerra uno no podía salir después de la medianoche. Nosotros paseábamos juntos y ella me contaba su vida, toda su vida – y la forma en la que ella hablaba de todo eso, las palabras que utilizaba: ¡yo estaba fascinado!(...) Las experiencias que he tenido en mi vida con este tipo de personas me han enseñado más que los encuentros con intelectuales.”

1 comentario:

zombre dijo...

ANTES DE LEER ALGO PROMETEDOR Y DISFRUTAR DE LA IMAGEN YA TENGO EL SOUNDTRACK DEL CREPUESCULO AL AMANECER Y LA CANCIO ES DE TITO Y TARANTULA EN MIS SIGUIENTE POST